Ensayo sobre "Cartas a quien pretende enseñar" de Paulo Freire
Plasmando realidades: el rol
docente según Freire
Cartas a quien pretende
enseñar, es una obra de Paulo Freire que explora críticamente el papel del
docente, dirigiéndose especialmente a las maestras que educan a niños. A través
de diez cartas, Freire desafía las prácticas educativas tradicionales y propone
una transformación profunda en la enseñanza. Esta obra ilumina una realidad que
muchas veces se pasa por alto: la falta de reconocimiento y apoyo hacia los
docentes, quienes desempeñan un rol crucial en la educación y el desarrollo
social. Aunque Freire contextualiza su análisis en Brasil, los problemas que
describe resuenan en toda América Latina. El bajo valor que se le otorga a la
educación, especialmente en términos de políticas gubernamentales, refleja una
crisis en la profesión docente, caracterizada por salarios insuficientes,
irrespeto y desinterés por la formación continua. En lugar de dignificar la
profesión, muchos sistemas latinos prefieren ignorar o minimizar su
importancia.
Se aborda de manera profunda la
desprofesionalización y desvalorización del docente, centrándose
particularmente en un concepto clave: la reducción de la maestra a una
"tía". En algunos países de América Latina, es común que los alumnos
llamen a sus maestras "tías", lo que diluye la importancia
profesional del rol docente. Al usar este término, se asocia a la maestra con
una figura familiar que cuida, se sacrifica y busca siempre la armonía, pero
que no reclama sus derechos ni se involucra en luchas sociales. Freire (2004) argumenta
que una "tía", por definición, "no puede hacer huelga" (p.
13). Ser tía no es en sí mismo negativo, pero confundir este rol con el de una
educadora profesional devalúa el esfuerzo, la dedicación y el conocimiento que
requiere la enseñanza.
Ser maestro implica mucho más que
transmitir conocimientos; requiere sacrificio, preparación científica, física,
emocional y, sobre todo, vocación. Enseñar no es un proceso fácil como algunos
creen, es una práctica mutua, donde tanto el maestro como el alumno aprenden.
La enseñanza y el aprendizaje son procesos interdependientes, en los cuales el
docente no solo imparte saberes, sino que también se nutre de las experiencias
y vivencias con sus estudiantes. De esta forma, se sostiene que enseñar
requiere amorosidad, creatividad, empatía y responsabilidad, atributos que superan
la simple figura de una "tía".
La indiferencia de los sistemas
educativos hacia la docencia, especialmente en esta parte del mundo, se
manifiesta en políticas que no valoran la importancia de la formación continua
y el respeto a los derechos laborales de los maestros. En lugar de promover una
práctica pedagógica que cultive mentes críticas y creativas, la ideología
dominante busca mantener a los educadores en un papel pasivo, ajeno a la
realidad política y social. No ceder ante esta lógica autoritaria, sino luchar
por una educación que forme ciudadanos capaces de cuestionar, reflexionar y
actuar en defensa de sus derechos y los de la sociedad, es primordial.
Primero, enseñar no puede existir
sin aprender. Al enseñar, los maestros también aprenden de sus alumnos en un
proceso bidireccional y mutuo. El docente crece a partir de las interacciones
diarias con sus estudiantes y, al mismo tiempo, se mantiene siempre abierto a
ser cuestionado, adoptando una actitud humilde y crítica, consciente de que
nunca deja de aprender.
El proceso de enseñanza requiere
primero que el educador aprenda a enseñar, y para ello, el estudio es
fundamental. Estudiar es un ejercicio comprometido que exige la capacidad de
analizar, sintetizar y profundizar en la comprensión de los temas. No es
suficiente recordar algunas frases o fragmentos; el estudio implica una lucha
constante por el conocimiento. Para estudiar de verdad, no basta con leer
superficialmente, sino que se debe leer con atención, comprendiendo
profundamente el significado de lo que se lee. Si leemos sin entender, no
estamos realmente estudiando, y esto puede llevarnos a confundir la
memorización con el conocimiento real. A menudo, recordamos una o dos ideas
después de leer un texto, pero esa impresión superficial no es suficiente para
alcanzar una comprensión transformadora.
La lectura va más allá de las
palabras: leer es interpretar el mundo, descifrar sus códigos y comprenderlo de
forma crítica. En este sentido, "leer el mundo" significa tener la
capacidad de tomar distancia, reflexionar, y observar la realidad desde una
perspectiva más amplia, lo que nos permite ver la totalidad de la situación.
Muchas veces, por estar demasiado inmersos en nuestro entorno, no logramos ver
más allá de lo inmediato. Por ello, la experiencia educativa no debe limitarse
al aula. En el proceso de enseñar y aprender, la educación puede y debe
contribuir a la creación de cultura, permitiendo a los estudiantes cuestionar y
transformar su realidad.
Segundo, es esencial enfrentar el
miedo para poder avanzar y tener éxito. El miedo es un obstáculo que surge de
nuestras propias percepciones, y es nuestra responsabilidad aprender a
controlarlo en lugar de permitir que nos paralice. Frente a los desafíos, en
lugar de retroceder, debemos ser objetivos y evaluar las posibilidades de
éxito. Esto también aplica en el estudio; cuando sentimos miedo de no entender
lo que leemos, no debemos rendirnos. Al contrario, debemos adoptar una actitud
positiva, casi proclamando la ilusión de que estamos comprendiendo, mientras
mantenemos nuestro compromiso con el proceso de aprendizaje.
Superar el miedo no es solo un
asunto intelectual, sino también emocional. Aprender implica integrar no solo
la razón, sino también nuestras emociones y sentimientos. En este sentido, la
lectura en grupo puede ser una excelente herramienta para manejar el miedo y la
inseguridad, ya que permite compartir ideas y aclarar dudas colectivamente. Además,
despertar y mantener viva la reflexión crítica es clave para una "lectura
creadora", aquella que no se limita a interpretar pasivamente. En este
proceso, es crucial enseñar a los estudiantes no solo a leer, sino a aprender a
leer críticamente. Esto implica mapear temáticamente el texto, identificando
las ideas centrales y conectándolas con otras áreas del conocimiento. Además,
es fundamental despertar la curiosidad del lector, especialmente en las
primeras etapas de la vida, ya que la curiosidad es el motor que impulsa el
deseo de aprender.
Tercero, es un error común pensar
que la docencia es una de las opciones más fáciles al momento de elegir una
carrera profesional. Esta percepción es completamente equivocada, ya que la
práctica educativa es algo sumamente serio. Los docentes no solo transmiten
conocimientos, sino que forman personas, influyendo directamente en el
desarrollo de sus alumnos. Por eso, el rol del docente es crucial: puede ayudar
o perjudicar, y su propia formación debe ser una prioridad. Es fundamental
luchar por una capacitación rigurosa en esta profesión, y que no sea vista como
una opción de último recurso al entrar a la universidad. La preparación
continua es clave para romper con el estereotipo que reduce a las maestras a
simples "tías". Como ya se mencionó, ser maestra implica mucho más
que afecto y cuidado; requiere competencias científicas, emocionales y sociales
que trascienden el simple acto de enseñar.
Pero, ¿por qué persiste este
estereotipo? Esta visión simplificada de la profesión docente está arraigada en
una comprensión colonial y patriarcal del rol del maestro, donde se
desvalorizan las habilidades y la importancia de los educadores. El Estado no
le otorga al rol docente la importancia que merece, lo que se refleja en la
falta de inversión en formación y en el bajo reconocimiento social. Por eso, es
necesario luchar activamente para cambiar esta percepción y rechazar la idea de
que los maestros son solo "tías" o "tíos". Los educadores
deben ser vistos como profesionales altamente cualificados, responsables de
guiar y formar a las futuras generaciones, y no como figuras familiares que
simplemente cuidan y consuelan a los niños.
Cuarto, para ser un buen maestro,
es indispensable poseer varias cualidades fundamentales. La humildad es
crucial, ya que implica respeto hacia uno mismo y hacia los demás, y el
reconocimiento de que nadie lo sabe todo. Un buen maestro debe escuchar
atentamente a sus alumnos, independientemente de su nivel intelectual, y
mantenerse abierto tanto al aprendizaje como a la enseñanza, evitando caer en
la trampa de una verdad subjetiva y limitada.
La amorosidad es otra virtud
esencial, ya que sin ella el trabajo docente pierde su significado profundo.
Esta cualidad ayuda a superar las dificultades del trabajo, como las
injusticias, la indiferencia, los bajos salarios y el autoritarismo. La valentía
también es importante, ya que los educadores enfrentan mitos y desafíos, y
deben superar el miedo para cuestionar el poder dominante. La tolerancia es
fundamental para convivir con lo diferente y respetar la diversidad,
estableciendo límites que deben ser respetados. La capacidad de decisión
permite a los maestros romper con la indecisión y optar por lo mejor, siendo la
evaluación una herramienta clave en este proceso. La seguridad es necesaria
para tener claridad en las acciones y decisiones. Además, los maestros deben
equilibrar la paciencia y la impaciencia, ya que la primera puede llevar a la
inacción y la segunda a un activismo ciego. Finalmente, la alegría de vivir es
vital; un maestro debe entregarse plenamente a la vida y al proceso educativo,
manteniendo una actitud positiva y motivada.
Quinto, no se debe ocultar el
miedo; por el contrario, es importante reconocerlo y abordarlo abiertamente.
Los educadores deben enseñar que el miedo es una emoción legítima y que
enfrentarlo es un derecho y un deber en el proceso educativo. Asumir el miedo,
analizar sus causas y evaluar nuestra capacidad de respuesta son pasos
esenciales para superarlo. Mostrar miedo no solo revela la humanidad y las
limitaciones del educador, sino que también facilita una conexión auténtica con
los estudiantes.
A través de la humildad y la
comprensión hacia sus alumnos, los educadores pueden ganar su confianza. Para
lograr esto, es útil leer las clases como si fueran textos, descifrar las
reacciones de los estudiantes, registrar sus comportamientos y aprender de las
experiencias diarias mutuas. Observar, comparar, intuir, imaginar y creer en
los demás son prácticas clave. Dialogar sobre sentimientos y comprender su
impacto en la vida del estudiante es fundamental, ya que la enseñanza no solo
implica la transmisión de contenidos, sino también influye en la vida de los
estudiantes.
Especialmente en países de
América Latina, donde las situaciones son complicadas, es crucial que los
maestros comprendan el contexto en el que viven sus alumnos fuera del aula.
Fomentar la imaginación de los estudiantes es igualmente importante, ya que
esta les permite ser más creativos y adaptarse mejor a su entorno. En última
instancia, comprender el mundo y el contexto de los estudiantes resulta en una
nueva manera de entender la enseñanza, el aprendizaje y el conocimiento.
Sexto, las educadoras deben
mantener una coherencia entre lo que dicen y lo que hacen, ya que de lo
contrario, se corre el riesgo de perder credibilidad y, con ello, la confianza
de los estudiantes. La coherencia en las acciones tiene efectos inmediatos y
significativos, y los alumnos están atentos a detectar cualquier contradicción.
Por tanto, es fundamental que los docentes no solo enseñen e influyan en la
vida académica de sus estudiantes, sino que también les ayuden a descubrirse a
sí mismos. Además, los educadores tienen un rol político implícito; sin la
intervención democrática, no puede haber una educación progresista,
especialmente importante en nuestra región.
Conocer el contexto del alumno también
es esencial para comprender su forma de pensar y percibir cómo adquieren y
aplican su conocimiento. La tarea del educador requiere un compromiso con la
superación de las injusticias sociales, y el testimonio del educador debe ser
claro respecto a sus posiciones y cambios de opinión. Los alumnos valoran la
autenticidad de sus maestros, quienes deben ser humildes y admitir que, como
seres humanos, no somos perfectos ni infalibles. Es crucial permitir que los
alumnos cuestionen a los maestros y analizar las complejas relaciones entre
ambos.
Séptimo, las maestras deben
comunicarse directamente con sus alumnos, no solo hablar de ellos. La educación
es un acto político y requiere rechazar el autoritarismo. En un entorno
autoritario, la maestra se convierte en el único sujeto del discurso, hablando
desde una posición de superioridad y sin posibilidad de ser cuestionada. En
contraste, las educadoras democráticas dialogan con sus alumnos, evaluando y
comprobando si están en sintonía con el proceso educativo.
El respeto hacia los estudiantes
es esencial, y ser un maestro democrático contribuye a formar ciudadanos
responsables y críticos. Las maestras democráticas escuchan a sus alumnos y, al
hacerlo, les enseñan también a escuchar a los demás. La escuela debe
transformarse en un espacio acogedor que promueva valores democráticos, como la
escucha activa. Es importante mostrar a los niños y adolescentes que, aunque otros
puedan comportarse de cierta manera, eso no justifica que ellos actúen de igual
forma. Se debe enseñar a respetar y tomar decisiones basadas en el propio
criterio, no en el comportamiento de los demás. Los educadores están haciendo
política al practicar la educación.
Octavo, no somos únicamente lo
que heredamos ni solo lo que adquirimos, sino una interacción dinámica entre
ambos aspectos. Estamos programados para aprender y siempre estamos inmersos en
un proceso de aprendizaje y búsqueda. Sin embargo, esta programación no nos
determina; nos capacita para luchar por la libertad como un proceso continuo,
no como una meta fija. La identidad se forma a partir de la interacción entre
lo heredado y lo adquirido, y está influenciada por factores como el poder, los
intereses, las emociones, los sentimientos y el contexto cultural, incluyendo
nuestra clase social.
Es fundamental que las educadoras
mantengan coherencia y competencia desde un punto de vista científico,
entendiendo a sus alumnos, sus sueños, su lenguaje y sus formas de interactuar
con el mundo. Es crucial motivar especialmente a los niños de contextos
económicos desfavorecidos a luchar por salir adelante. Las maestras deben estar
dispuestas a aprender sobre las relaciones de sus alumnos con su entorno
concreto, siendo realmente humildes y dispuestas a aprender junto con ellos.
Noveno, existe una relación
intrínseca entre todo lo que hacemos. A medida que no solo empezamos a vivir,
sino también a ser conscientes de que sabíamos y que podíamos aprender más, se
inició el proceso de generar conocimiento a partir de nuestra propia práctica.
Esa fue nuestra primera base. La vida se ha transformado en una acción
consciente en el mundo, protagonizada por sujetos que han ido adquiriendo
conciencia de sí mismos y del entorno. Fue la práctica, junto con la toma de
conciencia sobre ella, lo que dio origen al aula. El conocimiento y la práctica
son fundamentales.
De igual forma, debemos tener una
mirada crítica sobre los condicionamientos que el contexto cultural impone
sobre nosotros. La práctica social en la que participamos genera un saber
propio, y por eso el contexto es tan relevante y tiene una influencia tan
fuerte. Aprendemos en el mundo, en el hogar, en la sociedad, en las calles, y
en esos espacios también adquirimos el lenguaje, que es una construcción
social. La escuela no puede ignorar el conocimiento que emerge del contexto
concreto de sus alumnos y sus familias. Es crucial pensar y practicar con el
objetivo de expandir el horizonte del conocimiento científico y entender otras
realidades para ver más allá de lo inmediato.
Décimo, la disciplina es crucial
porque sin ella no es posible realizar un trabajo intelectual efectivo. Para
que exista disciplina, la libertad debe no solo tener el derecho de decir
"no", sino también ejercerlo frente a lo que se presenta como verdad
o certeza (Freire, 2004). La disciplina es un proceso placentero pero
desafiante en su búsqueda del conocimiento; es una herramienta en la lucha por
la democracia y es fundamental para crear una sociedad cívica y política.
Así, enseñar es un acto de
aprendizaje que precede a la aprehensión del contenido, convirtiendo al alumno
en un productor del conocimiento que se le ha transmitido. La disciplina
intelectual, por tanto, es indispensable para el desarrollo educativo y
democrático.
En conclusión, ser maestro
requiere mucho más que transmitir conocimientos; es necesario sacrificio,
preparación, vocación, humildad, amorosidad, valentía, tolerancia y seguridad. Al
ser el guía de próximas generaciones, ser maestro no es tarea fácil. Sin
embargo, no tiene el reconocimiento que se merece, ni por parte del Estado ni
por parte social. De igual manera, la educación es un sector tan importante, en
el que tanto maestros como alumnos aprenden mutuamente. Por ello, se promueve
una educación democrática que respete la opinión de los estudiantes y fomente
una visión crítica del mundo. La enseñanza debe ser un acto comprometido y
consciente, promoviendo una educación que contribuya al desarrollo reflexivo de
los estudiantes.
Referencias:
Freire, P., Torres, R. M., y
Mastrangelo, S. (2004). Cartas a quien pretende enseñar (Vol. 2). Buenos Aires:
Siglo XXI.
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